Dudamel recibe su cuarto Grammy por la Symphony Of a Thousand

El conductor de orquesta venezolano Gustavo Dudamel fue galardonado este domingo con el Grammy a la mejor interpretación coral por «Mahler: Symphony No. 8, Symphony Of a Thousand».

Este es el cuarto premio Grammy que Dudamel, oriundo de Barquisimeto, estado Lara, se lleva en su carrera.

La Sinfonía n.º 8 en mi bemol mayor de Gustav Mahler, «Symphony Of a Thousand» es una de las obras corales de mayor escala del repertorio orquestal clásico. Debido a que requiere una enorme cantidad de instrumentistas y coralistas, con frecuencia se la denomina «Sinfonía de los mil», aunque la obra a menudo se interpreta con menos de mil intérpretes y el propio Mahler no aprobó dicho sobrenombre. La pieza fue compuesta en un único periodo de inspiración, en Maiernigg en el sur de Austria en el verano de 1906. Fue la última obra que Mahler estrenó en vida y contó con un gran éxito de crítica y público cuando la dirigió en el estreno absoluto en Múnich, el 12 de septiembre de 1910.

La fusión de la canción y la sinfonía había sido una característica de las primeras obras de Mahler. En su período «medio» de composición a partir de 1901, un cambio de rumbo lo llevó a producir tres sinfonías puramente instrumentales –la 5.ª, 6.ª y 7.ª–. La Octava, que marca el final del período «medio», vuelve a una combinación de orquesta y voz en un contexto sinfónico. La estructura de la obra no es convencional; en lugar de seguir la estructura normal en varios movimientos, la obra se divide en dos partes. La primera parte se basa en el texto latino de un himno cristiano del siglo IX para Pentecostés, Veni Creator Spiritus («Ven, Espíritu Creador») y la segunda parte es un arreglo de las palabras de la escena final del Fausto de Goethe. Las dos partes están unificadas por una idea común, la de la redención a través del poder del amor, unidad transmitida mediante temas musicales comunes.

Mahler estaba convencido desde el principio de la importancia de la obra, al renunciar al pesimismo que había marcado gran parte de su música, ofreció la Octava como una expresión de confianza en el eterno espíritu humano. En el período tras la muerte del compositor, las interpretaciones fueron relativamente poco comunes. Sin embargo, desde la mitad del siglo XX en adelante, la sinfonía ha sido programada con regularidad en las salas de conciertos de todo el mundo y se ha grabado en muchas ocasiones. Sin dejar de reconocer su amplia popularidad, los críticos modernos tienen opiniones contrapuestas sobre la obra, algunos encuentran su optimismo poco convincente y consideran que es artística y musicalmente inferior a otras sinfonías de Mahler. Sin embargo, también ha sido comparada con la Novena Sinfonía de Beethoven como una declaración de la definición humana de su siglo.

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