Preguntar a un joven universitario en Venezuela dónde se ve en cinco años suele tener una respuesta clara: fuera del país. España, Canadá, Alemania o República Dominicana son algunos de los destinos que aparecen en sus planes. Venezuela, casi nunca.
La migración se ha convertido en el principal proyecto de vida para muchos jóvenes. Ya no hay movilizaciones estudiantiles como las de 2007, 2014 o 2019. La política ha salido de los campus, y el miedo ha entrado.
Silencio en las aulas, vigilancia en las calles.
“Si asomas la cabeza, te la cortan”, dice un líder estudiantil en Caracas. La represión ha silenciado a quienes antes lideraban las protestas. En octubre, un grupo de estudiantes de la UCAB colgó una pancarta celebrando el Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado. El cartel duró pocas horas.
La censura en medios, el control en redes y el temor a ser detenido han paralizado la expresión pública.
Según Foro Penal, hay más de 800 presos políticos en Venezuela. Aunque el Gobierno niega estas cifras, los estudiantes conocen casos cercanos. “Todos tenemos amigos que han estado presos”, cuenta uno. El miedo al Helicoide —una cárcel de alta seguridad— es suficiente para no salir a protestar.
Sin fe en la guerra ni en los salvadores externos.
La presencia militar de Estados Unidos en el Caribe ha generado inquietud. Jóvenes opositores protestaron frente a la embajada estadounidense en Caracas, vacía desde 2019. Denunciaron el riesgo de una intervención que, según ellos, podría convertir a Venezuela en otro Vietnam o Iraq.
“No hay liberación sin intereses”, dijo uno de los manifestantes. La desconfianza hacia actores externos convive con la frustración interna. Muchos no tienen medios para migrar, pero tampoco ven futuro dentro del país.
La migración vuelve a crecer.
Entre 2022 y 2024, la migración se desaceleró. Pero en 2025, el bolívar se ha devaluado un 400 % frente al dólar. La inflación ha regresado, y con ella, el éxodo. La fundación Entre Dos Tierras, en Colombia, reporta un aumento del 20 al 30 % en la atención a migrantes en los últimos tres meses.
“Hoy llegaron 60 caminantes. El sábado, 132. Familias enteras”, dice Alba Pereira, directora de la fundación. El cierre de USAID ha reducido los recursos para atender esta nueva ola. “Podemos seguir hasta el 31 de octubre. Después, no sabemos”, advierte.
Una generación que se despide.
Miguel, estudiante universitario, recuerda la partida de su primo. “No fue por represión, fue por la situación del país. Nos empuja a buscar futuro en otras fronteras. Y eso duele”.
La Generación Z venezolana no ha perdido la esperanza, pero ha cambiado de estrategia. Ya no lucha en las calles. Sueña con irse.