En Venezuela, el reciclaje avanza sin apoyo institucional, impulsado por emprendedores que transforman residuos en productos útiles y por empresas que apuestan por la sostenibilidad en un entorno adverso. Gabriel Santana, fundador de Taller Neo, es uno de los rostros más visibles de esta nueva generación. Inspirado por un video en redes sociales, comenzó a experimentar con tapas plásticas y una máquina de inyección de polipropileno. Tras decenas de intentos fallidos, logró fabricar sus primeros materos reciclados. Luego vinieron lentes de sol, bolsos con lona de camión, tarjeteros hechos con pendones publicitarios y hasta prototipos de calzado.
Desde 2023, su iniciativa ha reciclado más de dos toneladas de plástico. Ahora planea fabricar muebles que integren hasta 50 kilos de material reciclado por pieza. Su enfoque combina diseño, educación y comunicación digital: ha reunido más de 120,000 seguidores en redes sociales y ha dictado charlas a más de 3,000 personas en colegios y empresas. “La sostenibilidad debe ser rentable para que funcione”, afirma Santana, quien aspira a consolidar una empresa de triple impacto.
Reciclar en Venezuela: un lujo sin política pública.
La falta de infraestructura y políticas públicas convierte el reciclaje en un privilegio. La mayoría de los residuos se entierran o se queman en vertederos a cielo abierto, sin separación ni control. Según un estudio del BID, en 2021 Venezuela fue el tercer país de América Latina con mayor generación de residuos per cápita: 527 kilos por persona al año. De los 14.8 millones de toneladas de residuos sólidos generados, solo el 2 % se recicla.
La industria del plástico opera a baja capacidad, mientras la importación de productos plásticos se ha disparado. A esto se suma el problema de los microplásticos, que ya han sido detectados en peces del río Orinoco. “Reciclar es un lujo. Si tienes un punto de reciclaje cerca, eres afortunado”, señala Santana. “Sin inversión pública, esto no puede sostenerse solo con esfuerzo privado”.
Circularidad como modelo de futuro.
Edgar Grossmann, fundador de Multirecicla, lleva una década recolectando materiales reciclables en Caracas. Su empresa clasifica plástico, vidrio, cartón y anime, y los envía a industrias capaces de transformarlos. “La recuperación de residuos puede superar la disposición final, pero necesitamos inversión y voluntad política”, afirma.
Grossmann también enfrenta obstáculos: permisos burocráticos, restricciones a la exportación de materiales estratégicos y falta de crédito. Aun así, construye una escuela de reciclaje con materiales reutilizados: barricas de ron, contenedores, tetrapack transformado y sistemas de captación de agua de lluvia. Su próximo proyecto: moler vidrio verde para fabricar filtros de agua, ante la imposibilidad de refundirlo en nuevas botellas.
Ambos emprendedores coinciden en que el reciclaje puede ser una oportunidad económica y ambiental, pero requiere visión a largo plazo, inversión y políticas públicas que acompañen el esfuerzo ciudadano. En un país donde la basura se acumula y la sostenibilidad aún no es prioridad estatal, el reciclaje sigue rodando gracias a la creatividad y la convicción de quienes creen en un futuro más limpio.