Mientras las tensiones entre Venezuela y Estados Unidos escalan, millones de ciudadanos enfrentan un dilema que va más allá de la geopolítica: sobrevivir en un país donde la crisis económica, la represión y la incertidumbre son parte de la rutina diaria.
Samuel Carreño, un trabajador informal de 49 años que vive en Petare, resume esa realidad. Desde agosto, su vida cambió por completo cuando su madre, de 75 años, sufrió una fractura en casa. Sin recursos para costear una operación que superaba los 3.000 dólares, su familia tuvo que recurrir a redes de apoyo y favores personales para conseguir atención médica. “Aquí el sistema de salud funciona pidiendo ayuda. Si uno no se mueve, no consigue nada”, relata.
Carreño, como muchos venezolanos, vive del trabajo informal y no tiene acceso a servicios básicos de forma regular. En su hogar, donde conviven cinco personas, el agua llega solo tres veces por semana y no cuentan con calentador. A pesar de las amenazas externas y los titulares sobre una posible intervención militar estadounidense, su preocupación inmediata es otra: cuidar a su madre, calentar agua en baldes y sobrevivir con lo poco que tiene.
La economía, el verdadero campo de batalla
Aunque la presencia de buques estadounidenses en el Caribe ha generado inquietud, no se han registrado compras masivas ni señales de pánico en Caracas. La razón es simple: la mayoría no tiene margen para prepararse. “Uno compra lo que puede, no lo que quiere”, explica el economista Jesús Palacios, de la Universidad Católica Andrés Bello.
Con una canasta básica que supera los 500 dólares mensuales y un ingreso promedio de apenas 250, la mayoría de los hogares venezolanos vive al límite. El salario mínimo oficial equivale a menos de un dólar, y aunque el gobierno otorga bonos adicionales, estos no compensan la pérdida del poder adquisitivo. En los últimos dos meses, el bolívar se ha depreciado un 50 % frente al dólar, y la inflación proyectada para 2026 supera el 680 %, según el Fondo Monetario Internacional.
Opiniones silenciadas y censura creciente
Medir el sentir de la población frente a una posible intervención extranjera es cada vez más difícil. La represión y la polarización han llevado a muchas encuestadoras independientes a suspender sus publicaciones. Aun así, una encuesta filtrada al New York Times reveló que un 30 % de los consultados estaría dispuesto a apoyar una acción militar externa para lograr un cambio político.
El gobierno, por su parte, ha intensificado los mecanismos de control. El presidente Nicolás Maduro propuso recientemente una aplicación móvil para que los ciudadanos reporten “todo lo que vean y escuchen”, bajo el argumento de preservar la paz. La herramienta, llamada VenApp, ya se utilizaba para reportar fallas en servicios públicos, pero ahora se perfila como un canal de vigilancia ciudadana.
Represión sin tregua
Expresar opiniones contrarias al gobierno puede tener consecuencias graves. El fotógrafo Carlos Lesma fue detenido en la Isla de Margarita por publicar un mensaje en redes sociales que decía “bienvenidos a los gringos”. Como él, más de 750 personas permanecen detenidas por razones políticas, según la organización Foro Penal. A ellos se suman casi un centenar de extranjeros, algunos de los cuales, como el argentino Nahuel Gallo, están en prisión sin juicio.
Uno de los casos más alarmantes es el de Jonathan Torres, un joven venezolano que regresó al país en 2024 y fue detenido por presuntamente portar un pasaporte estadounidense. Estuvo incomunicado durante meses hasta que otro detenido, liberado en un intercambio diplomático, logró informar a su familia sobre su paradero.
Una sociedad atrapada entre el miedo y la esperanza
La represión ha dejado huellas profundas. Una mujer, cuyo sobrino lleva más de un año detenido sin cargos, expresa su desesperación: “No le tengo miedo a una guerra civil. El miedo es quedarnos así para siempre, solos, sin salida”.
En medio de la crisis, muchos venezolanos no piensan en geopolítica ni en estrategias militares. Piensan en cómo conseguir agua, en cómo alimentar a sus familias, en cómo sobrevivir un día más. Para ellos, el dilema no es solo entre un gobierno autoritario o una intervención extranjera. Es entre la resignación y la esperanza de que algo, algún día, cambie.