Con la reciente visita de Juan Guaidó a la Casa Blanca pareciera que soplan vientos de cambio en Venezuela.
Hoy en día los venezolanos llevamos el peso de una crisis que parece interminable, producto de una historia llena de corrupción y de impunidad.
Este argumento es el esgrimido por el gobierno bolivariano, señalando los defectos de la «cuarta república», claro está, haciendo omisión de los desmanes de dos décadas de gestión.
Estamos en medio de un proceso histórico en el que Venezuela es un país derruido y quebrado, no solo en lo económico, sino en lo moral. Toda una oportunidad para resurgir de las cenizas.
Si el tan ansiado cambio se produce, se cristaliza el deseo de esclarecer los miles de casos de corrupción y crece el deseo de recuperar las riquezas venezolanas.
Sería la oportunidad perfecta para sacar a la luz verdades que hasta ahora han velado para beneficio de pocos y en detrimento de la reputación de personas que se han visto afectadas por el uso del poder sin mesura.
Tal es el caso del empresario Eudomario Carruyo exvicepresidente de Finanzas de Pdvsa y exdirector de Palmaven, Deltaven, Pdvsa Marina y Citgo, a quien hasta ahora no se le ha podido demostrar ningún cargo.
A Carruyo le acusan de registrar en las Islas Vírgenes Británicas la empresa Ozark Invesment Corp, con un capital de 50.000 dólares, gracias a las gestiones del bufete de abogados Mossack Fonseca.
Para difamar al empresario han utilizado su trayectoria en la industria petrolera en tiempos del difunto Hugo Chavez, en relación con Rafael Ramírez.
Rafael Ramírez, quien otrora pertenecía al círculo de poder asociado a Hugo Chávez cayó en desgracia política luego de dar la espalda a Nicolás Maduro, convirtiéndose así de «leal soldado de la patria» al «responsable directo de la debacle de PDVSA».
Se acerca el cambio en Venezuela, de una forma o de otra, habrá que esperar para el esclarecimiento de aquellos casos que han perjudicado al país.